Corría el año 2008, y SEGA venía de un historial… digamos, complicado con su querido erizo azul. Tras la catástrofe que fue Sonic the Hedgehog 2006, la compañía necesitaba redimirse. Mostrar al mundo que Sonic todavía podía correr con dignidad en tres dimensiones. Así que apostaron fuerte: nuevo motor gráfico, ambición internacional, gameplay dividido en dos estilos, cinemáticas de infarto y una promesa implícita: «esta vez sí, lo haremos bien.»
El resultado fue Sonic Unleashed, desarrollado por Sonic Team y distribuido por SEGA para múltiples plataformas, pero con una clara diferencia: la versión de PS3 y Xbox 360 era la más avanzada técnicamente, con gráficos de nueva generación, más niveles, y ese motor recién estrenado llamado Hedgehog Engine, que apuntaba alto… muy alto.
Así que prepárate para una vuelta al mundo con loops imposibles, fases que te dejarán con la mandíbula desencajada… y otras que te harán preguntar “¿quién fue el genio que puso este botón aquí?”.

El día que Eggman partió el mundo en siete
Todo arranca con una cinemática que te vuela la cabeza: Sonic enfrentándose a Eggman con toda la furia, se transforma en Super Sonic, rayos, explosiones, ray-tracing emocional… y de repente ¡zasca! Eggman le mete un plot twist en toda la cara y BOOM: el planeta se rompe en pedazos. Así, sin vaselina ni aviso. Y Sonic… cambia. No diré cómo exactamente (aunque tú ya sabes), pero digamos que despierta con más pelo del que tenía.
A partir de ahí, el juego te mete en un viaje por todo el mundo —literalmente— para arreglar el desastre. Vas de país en país (inspirados en culturas reales), conociendo personajes simpáticos, ayudando a la peña, recogiendo artefactos mágicos y… bueno, lo de siempre, salvar el mundo. Es una especie de tour global con propósitos heroicos y minijuegos raros de por medio.
Lo bueno de la historia es que se siente ligera, pero con alma. No intenta ser ultra profunda ni te mete monólogos existenciales a lo Kingdom Hearts. Tiene momentos graciosos, escenas que te sacan una sonrisa y otras que, sinceramente, están muy bien animadas y te hacen decir: «Wow, esto está bastante currado para ser un juego de Sonic.»
Ahora, eso sí: el tono a veces se pasa de infantil, especialmente con cierto acompañante que va contigo durante toda la aventura (sí, tú, Chip). Tiene pinta del típico personaje cómico de dibujos animados que quiere ser entrañable pero cruzando la línea hacia “pesado” dependiendo de tu tolerancia a las frases tipo «¡tengo hambre!» cada dos por tres. Aunque… sorprendentemente, acaba teniendo su momentito emocional al final. No entraremos ahí, pero no es solo un bufón.
En cuanto al villano, pues… Eggman está en su salsa: megalómano, payaso, peligroso y otra vez liándola a lo grande. Lo típico, pero con un plan que esta vez sí se siente un poco más descomunal de lo normal. Hay una sensación de “vale, esta vez sí que la cosa se fue de las manos”.
De día, pura adrenalina. De noche… a repartir galletas
De primeras, el Sonic de día impresiona. Corre como una bestia, el diseño visual te vuela la cabeza, y la música es un regalo para los oídos. Pero cuando bajas el hype y te pones serio con el mando… empiezan a notarse las costuras.
Para empezar: el derrape. Madre mía, ese derrape parece hecho con mantequilla derretida. Quieres girar elegante, en plan Tokyo Drift, y acabas estampado contra una pared como si fueras nuevo. En Sonic Generations lo arreglan y es una delicia, pero aquí parece que Sonic lleva ruedas de patinaje en un suelo encerado.
Después está el tema del botón de turbo y homing attack/ataque teledirigido siendo el mismo. ¿En serio, SEGA? Estás en medio de una secuencia con enemigos flotando y ¡zas!, en lugar de hacer homing attack, Sonic sale disparado al vacío porque hiciste un turbo por error. Un fallo de diseño de botones que puede costarte una vida o una medalla. Literalmente frustrante.
Y hablando de medallas… otra. ¿Por qué me obligas a frenar en mitad de una carrera supersónica para buscar medallas solares o lunares escondidas detrás de cajas o caminos secundarios? Es como si te invitan a un buffet libre y te dicen que para probar el postre tienes que resolver un puzle. No pega nada con la filosofía de velocidad. Si vas rápido, te lo pierdes. Si exploras, pierdes ritmo. Y eso rompe el flow que debería ser sagrado en un Sonic de este estilo.
Ahora bien, cuando todo encaja —el boost, los reflejos, la música, el diseño— es puro éxtasis. Hay niveles memorables, se nota cariño en el diseño, y cuando aprendes a dominar los controles, se siente como correr con el viento. Pero no podemos negar que Sonic de día, por muy espectacular que sea, también puede ser un poco torpe cuando quiere.
En cuanto al Sonic Lobo que muchos apalearon en su día, en realidad no está tan mal. De hecho, jugablemente es más estable que el Sonic diurno. El control es sólido, se mueve con peso, y sus movimientos son claros. No hay resbalones, no hay confusión de botones, y aunque va lento, se siente más preciso en lo que propone.
Sí, se nota que es un juego diferente pegado al Sonic original, pero como beat ‘em up funciona decentemente. Puedes encadenar golpes, lanzar enemigos, hacer combos, escalar, balancearte… y aunque no tiene un sistema de mejoras profundo, las habilidades que desbloqueas se sienten útiles. No vas a hacer combos de Devil May Cry, pero para ser Sonic convertido en Hulk con peluca, no está nada mal.
Eso sí, no es perfecto. Los enemigos se repiten más que los episodios de Los Simpsons. A veces da la sensación de que estás pegando a los mismos tres bichejos durante todo el juego, solo que en diferentes colores. Y los niveles pueden durar más de lo necesario, alargando artificialmente el tiempo con combates y backtracking.
Pero aun así, tiene su encanto. Hay cierta satisfacción en limpiar una sala entera, hacer un combo guapo y lanzar un enemigo al vacío. Y si vas con mentalidad de «esto no es Sonic rápido, es otro rollo», se puede disfrutar bastante.
Al final, ambos tienen sus pros y sus contras. Ninguno es perfecto, pero juntos hacen de Sonic Unleashed una experiencia única, desigual, pero inolvidable. Como un disco que tiene temazos… y algún tema raro que igual acabas tarareando sin querer.


Las fases de Tails son como jugar al Guitar Hero
Vamos a ser sinceros: estas fases son puro espectáculo visual… y poca chicha jugable. Tú estás ahí montado con Tails, pilotando el avión Tornado como si fuera Top Gun versión furry, mientras el juego te lanza enemigos voladores, láseres, y jefes con más luces que una consola gamer.
Pero no te emociones demasiado, porque la jugabilidad es básicamente: pulsa el botón que te dicen en pantalla si no quieres que explote el avión. Literalmente. Es un QTE sobre raíles, donde el reto consiste en tener reflejos de chimpancé entrenado para acertar los botones correctos. No hay control real del avión, ni estrategia, ni nada. Solo reacción. Es como jugar a Guitar Hero, pero con menos ritmo y más explosiones sin sentido.
¿Son entretenidas visualmente? Sí, claro. Ver al Tornado haciendo piruetas en el cielo mientras los enemigos lanzan misiles a lo loco es puro espectáculo. Pero Sonic ahí está de adorno, como si lo hubieran puesto para rellenar el asiento del copiloto. No hace nada. No salta, no reparte puñetazos, no grita “¡Vamos, Tails!”. Está más pasivo que un NPC en cinemática.
Para que mentir, no es que sean fases que aporten mucho a la historia o al desarrollo del juego. Están ahí como si SEGA dijera: “Ey, metamos variedad, aunque sea con una fase que parece un minijuego de feria”.
El motor ruge, pero a veces tose
Vale, vamos a hablar en serio: Sonic Unleashed en PS3 es un espectáculo visual que quiere alcanzar el Olimpo… pero lo intenta con alas hechas de plastilina derretida. El Hedgehog Engine, que debutó con este juego, era una bestia técnica para su época: iluminación dinámica, escenarios con una profundidad brutal, ciudades llenas de vida, cielos que parecen pintados al óleo y efectos de velocidad que realmente te hacen sentir que Sonic está rompiendo la barrera del sonido.
Y sí, todo eso se ve bastante bien en PS3, aunque con matices. Hay dientes de sierra, resolución más baja que en Xbox 360 y con algunos fallos de texturas, pero en 2008 esto era prácticamente una cinemática jugable. El juego sigue viéndose sorprendentemente bien incluso a día de hoy.
Pero claro, luego está el rendimiento… y ahí es donde la cosa se tambalea.
Tanto en las fases diurnas como en las nocturnas, el framerate va a su bola. A veces logra esos dulces 30 fps estables, pero basta que aparezcan enemigos, explosiones o estructuras pesadas para que los tirones te corten el rollo. Da igual si estás corriendo a toda pastilla o pegando mamporros como el Sonic Lobo: los bajones de rendimiento están presentes, y aunque no rompen el juego, sí que lo manchan. Más aún cuando necesitas precisión en zonas estrechas, donde el control ya de por sí puede resultar resbaladizo.
Las pantallas de carga, por su parte, son un mal necesario. No llegan al nivel criminal de Sonic 2006 —aquí no necesitas sacar el móvil ni hacer la compra mientras cargas—, pero aparecen con demasiada frecuencia. Cambiar de zona o entrar a un nivel implica otra pausa. No son eternas, pero sí lo suficientemente frecuentes como para cortar el ritmo más veces de la cuenta… algo irónico en un juego que va de ir a toda velocidad.
Ahora, pasemos a lo realmente impresionante: las cinemáticas CGI. Aquí SEGA sacó la billetera y se la jugó a lo grande. Las escenas importantes —como la intro con Eggman y la transformación inicial de Sonic— son puro cine de animación. Modelados detalladísimos, expresiones faciales de lujo, animaciones fluidas y una dirección artística que engancha desde el primer segundo. Son, sin exagerar, de lo mejor que ha producido SEGA en años. Si los gráficos in-game son buenos, las cinemáticas CGI están en otro nivel completamente. Pocas veces Sonic ha tenido tanta presencia y carisma en pantalla.


Un festival para los oídos… con Sonic en la batuta
Si hay algo en lo que Sonic Unleashed no falla ni por asomo, es en el sonido. Aquí SEGA se sacó la batuta, se puso el smoking y dirigió una orquesta entera de temazos que no solo ambientan… sino que elevan la experiencia.
Primero, la banda sonora. No hablamos de dos o tres temas pegadizos, no. Hablamos de un juego con una identidad musical única para cada región del mundo. Cada zona tiene su estilo propio, perfectamente adaptado al entorno visual: hay jazz relajado en Spagonia, percusiones tribales en Mazuri, guitarras con sabor mediterráneo en Apotos, temas con toques asiáticos en Chun-Nan… es como una gira de conciertos internacional con Sonic de director.
Y no es solo ambientación: las pistas en las fases de velocidad están hechas para acompañar el ritmo del gameplay como si fueran un copiloto invisible. Suben la intensidad cuando vas a toda pastilla, bajan en momentos más tranquilos, y a veces te sueltan un solo de guitarra que te hace gritar “¡venga, vamos!” sin querer. Rooftop Run (Spagonia) es directamente uno de los temas más míticos de toda la saga. Sí, así de claro.
Pero el sonido no se queda en la música. Los efectos también están súper cuidados. El sonido del boost cuando Sonic arranca como un tren bala, los rings al recogerlos, los enemigos al explotar en chispas… todo suena con intención, con cuerpo, con claridad. No hay ruidos genéricos de fondo ni saturación: cada efecto entra cuando toca y encaja como pieza de Tetris.
Y por si fuera poco, tenemos el doblaje. Está en inglés, pero cumple bastante bien. Sonic suena como siempre: confiado, rápido, algo chulito pero simpático. Eggman está glorioso como villano de dibujos animados de sábado por la mañana, y hasta Chip, que a veces te dan ganas de mutearlo, tiene su puntito cuando toca. El tono es desenfadado, con buena sincronización labial en las escenas, y no chirría ni se siente forzado, algo que no todos los juegos pueden decir.
Conclusión final sobre Sonic Unleashed
Sonic Unleashed es como ese colega raro que mezcla demasiado en la fiesta, pero aun así te cae bien porque lo da todo. Tiene momentos brillantes, fases diurnas que son puro espectáculo, una banda sonora de escándalo y un apartado visual que, para su época, pegó un buen puñetazo en la mesa. Sí, el Sonic Lobo no es lo que todo el mundo pedía, y sí, el control a veces parece que tiene vida propia, pero aun con sus tropiezos, el juego se la juega, apuesta fuerte y deja huella. No es perfecto, pero es único, y cuando funciona, funciona de verdad. Un experimento loco, con corazón, que se ganó su sitio a base de ritmo, ruido y pelazo.
