Pokémon Ranger salió en octubre de 2006, cuando la fiebre Pokémon seguía viva pero la saga principal ya empezaba a dar síntomas de repetirse más que el ajo. Nintendo, con la DS recién estrenada y ese capturador tan molón, decide: “oye, ¿y si hacemos un Pokémon donde no puedas usar Pokéballs ni entrenar a tus bichos?” Y así nació este experimento raro de spin-off.
¿Por qué llamó la atención? Porque era Pokémon, y en esa época cualquier cosa con Pikachu o Charizard en la portada caía sí o sí. Además, vendieron el rollo de “¡usa el capturador para atrapar Pokémon dibujando círculos!” y claro, eso a un chaval le suena a magia negra, pero cuando tienes 12 años te lo crees todo.
Yo iba con la idea de encontrar algo diferente, pero que al menos tuviera ese espíritu Pokémon de explorar, capturar y sentir que vas montando tu equipo. El hecho de no poder conservar tus Pokémon ni luchar de la forma clásica ya me daba mala espina, pero oye, a veces los spin-offs sorprenden.
Pues… es uno de esos juegos que, cuando lo pones, te preguntas en qué estaban pensando los desarrolladores. La mecánica del lazo es curiosa, pero repetitiva a la larga, y el mundo Ranger… bueno, parece una demo técnica que se les fue de las manos. Jugué por pura nostalgia y curiosidad, queriendo ver si tenía ese algo que hace únicos a los spin-offs buenos (tipo Snap o Mystery Dungeon). Spoiler: no lo tiene, pero tampoco es el peor despropósito del universo.

La historia olvidable de Pokémon Ranger
La historia de Pokémon Ranger no es precisamente el próximo gran drama del anime. Arrancas siendo el típico novato con ganas de ayudar a la gente (y a los Pokémon, claro), pero desde el minuto uno ya huele a manual de “protagonista random salva el día porque sí”. Aquí no hay ni rival carismático, ni giros locos, ni una motivación que te haga pensar “¡buah, tengo que ver cómo acaba esto!”. Literalmente, eres un trabajador más de los Rangers que, por casualidades de la vida, termina resolviendo los marrones de toda la región porque el resto de la plantilla parece estar de vacaciones.
El mundo Ranger, por su parte, tiene su gracia a ratos… pero le falta alma. La región de Floresta no tiene nada especial, y, al recorrerla te das cuenta de que todo es bastante pasillero y se siente más como una excusa para ir de un encargo al siguiente que como un mundo vivo. Aquí no hay ciudades con historia, ni secretos, ni ese sentido de aventura que tienen los Pokémon principales. Es como si hubieran hecho una región genérica para justificar el sistema del stylus y poco más.
En cuanto a los personajes, lo siento pero se nota que no se rompieron la cabeza: tus compañeros y superiores son tan planos que podrían ser NPCs reciclados del juego de cartas de Pokémon. El villano… bueno, ni te acuerdas de él cuando apagas la consola. Clichés a tutiplén: el compañero simpático, el mentor sabio, los malos que son malos porque sí y poco más. Los diálogos intentan meter humor y buen rollo, pero la mayoría se sienten forzados o simplemente olvidables. No esperes conversaciones que te marquen ni escenas memorables: aquí los personajes están solo para empujarte de una misión a otra y soltar alguna frase random sobre la importancia de proteger a los Pokémon (gracias por el recordatorio, pero no hacía falta repetirlo cada diez minutos).
Capturar Pokémon es más repetitivo que ver el canal del tiempo
Si tuviera que resumir la jugabilidad de Pokémon Ranger en una palabra sería: círculos. Y no lo digo en plan metafórico; el juego te hace dar vueltas, literalmente, durante horas. La gran “innovación” es usar el capturador para rodear a los Pokémon con un lazo virtual… ¿Suena divertido? Pues la primera hora, sí. Luego ya empieza la tortura para tu pulso y, sobre todo, para la pantalla táctil de tu DS, que acaba pidiendo auxilio.
Al principio la mecánica del lazo es curiosa, y te sientes como un domador de Pokémon pro. Pero rapidísimo se vuelve repetitiva, y encima el juego te obliga a hacer círculos cada vez más rápido y precisos para capturar bichos que, o bien se mueven como si tuvieran Red Bull en vena, o bien te rompen el lazo con ataques random. ¿Diversión? Solo si disfrutas de la adrenalina de ver cómo tu capturador va dejando marca permanente en la pantalla y tu dedo se acalambra. Hay cero variedad: círculo aquí, círculo allá, alguna habilidad secundaria, y vuelta a empezar.
Sobre la dificultad, el juego hace trampa: más que difícil, es artificialmente frustrante. Hay Pokémon que solo se pueden capturar si te sabes el patrón de memoria o tienes los reflejos de un Jedi. Cuando crees que lo tienes todo bajo control, el juego te lanza a un combate donde tienes que hacer veinte círculos sin que el bicho te toque ni una vez. Y si fallas, a repetir. No hay reto inteligente; simplemente prueba y error y a veces suerte. El tema del lazo “rompiéndose” al menor golpe llega a ser un suplicio. Ni siquiera las habilidades especiales que desbloqueas alivian la sensación de repetición.
Y aquí la gran pregunta: ¿Se siente como un juego de Pokémon? No. Aquí no hay equipos, ni evolución, ni esa sensación de ser un entrenador. Los Pokémon capturados son descartables, los usas como herramientas para un puzzle y a otra cosa. El ADN Pokémon está solo en las skins y el universo, porque en el fondo esto podría haber sido cualquier otro juego de capturar bichos. Vamos, que el lazo es la excusa perfecta para usar la pantalla táctil y poco más. Si buscabas el alma de la saga, aquí no la vas a encontrar.


Apartado técnico en piloto automático: Ni feo, ni bonito, solo… meh
Aquí es donde Pokémon Ranger tampoco viene a revolucionar nada. A nivel gráfico, el juego cumple… pero justito. Sí, tiene algún escenario resultón y los modelitos de los Pokémon son simpáticos, pero en el fondo parece más un juego de Game Boy Advance con filtros bonitos que un título hecho para explotar la Nintendo DS. Los sprites son funcionales, las animaciones van al grano y no esperes florituras ni efectos especiales que te vuelen la cabeza. Si te pones quisquilloso, la paleta de colores y los fondos son tan genéricos que a veces tienes la sensación de estar paseando por un editor de mapas random.
La banda sonora… a ver, no es que sea mala, pero tampoco es memorable. Es ese tipo de música que te acompaña sin molestar. Hay temas simpáticos y algún intento de epicidad en los momentos importantes, pero la mayoría acaban siendo tan de fondo que, tras media hora, ya estás buscando el volumen para ponerlo en mínimo. Si te mola el rollo ambiente Pokémon relax, cumple. Si buscas temazos, aquí no hay ninguno.
En cuanto a rendimiento y cosas técnicas, el juego suele ir fluido y estable, nada de cuelgues ni bugs mortales. Eso sí, hay detalles cutres que te sacan de la experiencia: muchos elementos del mapa, como columnas u objetos decorativos, son simplemente atravesables. Da igual lo que parezcan en pantalla, puedes pasar por encima como si fueras un fantasma, y eso le quita puntos a la inmersión y demuestra que no se lo curraron demasiado en el diseño de mapas.
En el tema de controles, aquí tengo que reconocer que el capturador cumple bastante bien, incluso en situaciones rápidas o con Pokémon saltarines. No sufrí los típicos dramas de “esto no responde” o de perder capturas por culpa del control. Si tienes la pantalla bien, el sistema es fiable y va suave, así que por ese lado, chapeau. No hay mucha precisión exigente, pero al menos lo que prometen lo cumple. La frustración aquí viene más del diseño repetitivo o la dificultad artificial, no de que el control sea malo.
Postgame de cartón y cero incentivos: ¿Quién quiere volver a esto?
Pokémon Ranger es de esos juegos que te puedes ventilar en un finde largo, sin despeinarte demasiado. La historia principal es bastante lineal y, si no te atascas en ninguna captura, en unas 8-9 horas ya te has visto los créditos. No esperes un RPG de decenas de horas ni un mundo que invite a perderte; aquí el ritmo es de ir del punto A al B sin demasiada chicha entre medias. De hecho, hay momentos donde la sensación de estar haciendo recados al peso se apodera del juego, y si te lo tomas con calma es fácil que te aburras antes de llegar al final.
¿Y después qué? Pues ahí viene el bajón: la rejugabilidad es mínima. Hay alguna que otra misión extra y desafíos tras el final, pero sinceramente, son más de lo mismo: más capturas con la misma mecánica y poco incentivo real para volver a empezar. No hay logros de verdad, ni nuevos modos de juego, ni recompensas que cambien la experiencia. El postgame se siente como contenido de relleno, pensado solo para los más completistas o para los que de verdad han disfrutado el círculo vicioso del lazo.
Vamos, que si eres de los que les gusta exprimir los juegos hasta el último secreto, aquí te vas a quedar con hambre. Es un juego de una sola vuelta y, cuando lo terminas, es muy probable que acabe cogiendo polvo en la estantería o en la memoria de tu emulador.


Conclusión final sobre Pokémon Ranger
Pokémon Ranger es el típico experimento de Nintendo pensado para el fan curioso, para el que ya se ha pasado todos los juegos principales y busca cualquier excusa para darle otra oportunidad a su DS y su stylus. Es un juego que en realidad va dirigido a quienes se conforman con probar algo diferente dentro del universo Pokémon, aunque ese “algo” acabe siendo una mecánica repetitiva que agota rápido la novedad. Si eres de los que necesitan historias potentes, exploración de verdad o sistemas de combate profundos, aquí no vas a encontrar nada de eso. Pokémon Ranger es perfecto para chavales con mucha paciencia, coleccionistas de spin-offs raros, o para quien siente nostalgia por esa época de la DS donde todo era experimentar con la pantalla táctil, aunque el resultado sea regulero. Para el fan de Pokémon más tradicional, este juego probablemente será una decepción, y para el gamer exigente, poco más que una curiosidad jugable.
